martes, 2 de febrero de 2010

La voz del mar

Al mar puede oírsele desde lejos, los isleños lo sabemos, lo distinguimos desde cualquier lugar. Desde el interior de un cuarto pequeño de un barrio cualquiera, por ejemplo, con una ventana cercana o distante, da igual... Y no es extraño que esto suceda porque, al fin y al cabo, el mar es un gigante que respira fuertemente. Esto hace mucho que se sabe pero la sorpresa es inevitable cuando lo percibes; el compás.
Si hicieras silencio y escucharas con atención, si tus oídos internos crecieran como trompetillas delgadas hasta el final de todo sonido, hasta las costas, donde nace el rumor que lo envuelve todo; entre los golpecitos fríos de los dedos de viento escucharías un murmullo tan hondo que provocaría tu reverencia.
Esa es la canción lenta que arrulla sin descanso cada jornada de la isla, la melodía base sobre la que se acuerda cada sonoridad cotidiana, en mi caso: Las castañuelas que taconean en el techo y bajo los pies de mi vecina que anda como bailando la canción perenne, al cabo, los cubiertos, millones de cubiertos resbalan desde la ventana de enfrente hasta el corazón mismo del patio interior, esos golpecitos metálicos que retumbando por las paredes parecieran carcajadas enloquecidas, se alargan en el eco que sondea el espacio reverberante del cercado patio y, acompasando; el dulce balbuceo espontáneo de un bebé, seguro que es niña, llega desde los pisos altos para instalarse en el recuerdo que la hace sonar más tiempo.
Los ritmos de los hombres y las mujeres parecen acordes trenzados a golpe de olas.
De tanto en tanto, un avión rompe el aire para cantar en dúo arduo con el zumbido pesado del tráfico, salpicado de pitas nerviosas como flores de un vestido; se marcha el avión y llega el solo de un tic, tac, tic, tac, tic, tac… Cada tres compases, el armario de la cocina cruje y se recoloca, el silencio se distiende junto al mueble hasta que irrumpe el desgarro del agua mancillada a tropel por una cañería vieja y, en un dos por tres, el ladrido ronco de un perro de ojos caídos y un coro de tres pajarillos vibrantes, brillantes y amarillos… todo eso caminando a través del ritmo del baile salado; así, en un constante sonar de grillos, portazos, motorcitos eléctricos, charlas, moneditas que se caen de un bolsillo, pasos, páginas que se pasan, un jarrón que se cae, lavadoras y de repente, el timbre… andan sucediendo las cosas de la vida sobre este trocito de tierra, como en un tácito acuerdo que llevara cada acontecimiento, humano o no, a afinar con la voz del viejo de las barbas largas como espuma.

1 comentario:

  1. q melancolía me ha entrado y se ha quedado crugiendo aquí dentro...
    nací y crecí entre el susurro salado... de una isla mágica....
    maravillosa tu descripción...

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